El amor

En la selva Amazónica, la primera mujer y el primer hombre se miraron con curiosidad. Era raro lo que tenían entre las piernas.
   -¿Te han cortado? -preguntó el hombre.
   -No -dijo ella-. Siempre he sido así.
   Él la examinó de cerca. Se rascó la cabeza. Allí había una llaga abierta. Dijo:
   -No comas yuca, ni guanábanas, ni ninguna fruta que se raje al madurar. Yo te curaré Échate en la hamaca y descansa.
   Ella obedeció. Con paciencia trago los mejunjes de hierbas y se dejó aplicar las pomadas y los ungüentos. Tenía que apretar los dientes para no reírse, cuando él le decía:
   -No te preocupes.
   El juego le gustaba, aunque ya empezaba a cansarse de vivir en ayunas y tendida en una hamaca. La memoria de las frutas le hacía agua la boca.
   Una tarde, el hombre llegó corriendo a través de la floresta. Daba saltos de euforia y gritaba:
   -¡Lo encontré! ¡Lo encontré!
   Acababa de ver al mono curando a la mona en la cópa de un arbol.
   -Es así -dijo el hombre, aproximándose a la mujer.
   Cuando terminó el largo abrazo, un aroma espeso, de flores y frutas, invadió el aire. De los cuerpos, que yacían juntos, se desprendían vapores y fulgores jamá vistos, y era tanta su hermosura que se morían de vergüenza los soles y los dioses.

Eduardo Galeano
Memoria del Fuego (1. Los nacimientos)

18 de noviembre de 2011